A la boca más bonita del mundo.
Pensamiento. Escalofrío. Certeza.
¿Y si antes de aprender a ganar o perder, aprendemos a jugar? Creo que monopolizar tu cuerpo aunque egoísta, sería lo más sabio si esas estrellas no estuviesen mirándonos. Lo que no creo pero sé es que besaría cada uno de tus defectos, sin prisa, dejándome ganar por todos aquellos que compiten por quién es más rápido demostrando amor. Pobres ignorantes que no saben que lo importante es demostrarlo bien y no rápido. Siendo quisquillosos, el amor no debería demostrarse, sino vivirse. Disfrutarlo mientras dure y sufrirlo cuando acabe. Nunca entenderé a los que lo temen, no hay sentimiento más bonito que querer compartirte con otro alguien, y a la mierda con el egocentrismo.
Que si sonríe, con su típica sonrisa enseñando todos los dientes, el mundo se para y los puntos hacia donde mirar se reducen a esa boca, la más bonita del mundo. Porque tengo mis sueños llenos de tus sonrisas. Que cuando alguien llega y te desordena los planes, te cambia los esquemas por dibujos en cristales empañados y multiplica por diez las arrugas que tendrás de mayor por las risas compartidas, entonces sabrás que vale la pena. Es como el adicto a la adrenalina que se tira al vacío aun a sabiendas de que algo podría torcerse y la cosa acabaría muy mal. Y sin embargo, gracias a ese autoempujon, acaba siendo una de las mejores experiencias de su vida, porque al fin y al cabo sin trayecto no hay meta. Para bien o para mal.
Y ya puestos a contar, podría empezar por contarte los lunares, las veces que sonríes en una tarde o el tiempo que duran nuestros besos. Pero no, esto no va de contar, no es una ciencia ni mucho menos se puede contabilizar. Cómo explicar la sensación al verte seguro de ti mismo o lo que se ve en tus ojos cada vez que te digo cosas bonitas. No vale de nada intentarlo, porque es imposible, al igual que es imposible explicar lo que se siente siendo feliz. No hay explicación posible para nuestro mundo, y si la hay prefiero no saberla, porque esto va de sentir, no de medir.
¿Y si antes de aprender a ganar o perder, aprendemos a jugar? Creo que monopolizar tu cuerpo aunque egoísta, sería lo más sabio si esas estrellas no estuviesen mirándonos. Lo que no creo pero sé es que besaría cada uno de tus defectos, sin prisa, dejándome ganar por todos aquellos que compiten por quién es más rápido demostrando amor. Pobres ignorantes que no saben que lo importante es demostrarlo bien y no rápido. Siendo quisquillosos, el amor no debería demostrarse, sino vivirse. Disfrutarlo mientras dure y sufrirlo cuando acabe. Nunca entenderé a los que lo temen, no hay sentimiento más bonito que querer compartirte con otro alguien, y a la mierda con el egocentrismo.
Que si sonríe, con su típica sonrisa enseñando todos los dientes, el mundo se para y los puntos hacia donde mirar se reducen a esa boca, la más bonita del mundo. Porque tengo mis sueños llenos de tus sonrisas. Que cuando alguien llega y te desordena los planes, te cambia los esquemas por dibujos en cristales empañados y multiplica por diez las arrugas que tendrás de mayor por las risas compartidas, entonces sabrás que vale la pena. Es como el adicto a la adrenalina que se tira al vacío aun a sabiendas de que algo podría torcerse y la cosa acabaría muy mal. Y sin embargo, gracias a ese autoempujon, acaba siendo una de las mejores experiencias de su vida, porque al fin y al cabo sin trayecto no hay meta. Para bien o para mal.
Y ya puestos a contar, podría empezar por contarte los lunares, las veces que sonríes en una tarde o el tiempo que duran nuestros besos. Pero no, esto no va de contar, no es una ciencia ni mucho menos se puede contabilizar. Cómo explicar la sensación al verte seguro de ti mismo o lo que se ve en tus ojos cada vez que te digo cosas bonitas. No vale de nada intentarlo, porque es imposible, al igual que es imposible explicar lo que se siente siendo feliz. No hay explicación posible para nuestro mundo, y si la hay prefiero no saberla, porque esto va de sentir, no de medir.