La hostia de realidad que precede al olvido.
Hubo un día en que olvidé que estaba olvidándole y le
olvidé. Hacía todos los esfuerzos posibles por evitarlo. Cerraba los ojos e intentaba hacer
memoria. Incluso me puse nuestras canciones. Nada. Seguía sin poder recordar
cómo olía su cuello después de cada baño de besos, la textura de sus manos rozándome la espalda e incluso su (curiosa) forma de caminar hacia mi puerta. No sé en qué momento se
esfumó, ni siquiera me di cuenta hasta que me propuse reabrir heridas
recordando. Y ahí estaba, la famosa hostia de realidad que te da el tiempo
cuando pasa. Con todo lo que le quise, con todo lo que le tuve en mi cama, en
mi ropa, en mis manos... Y en un puñado de meses te das cuenta de que se fue,
de que todo eso que algún día abanderásteis como "vuestro", ya no existe.
Pero volví a saber de él, sin haberlo premeditado, un día
cualquiera, volví a verle. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que le
perdí. Tenía la misma apariencia que él, hablaba como él e incluso seguía
oliendo a él. Pero ya no era él. Sus ojos ya no eran los mismos. Miento. Sus
ojos sí, lo que cambió fue su forma de mirar. Vacía. Como el que mira el agua
que cae de la ducha mientras tiene la mente en otro lado. Sin más. Y yo, que le
había visto sonreírme con los ojos, que me habían temblado hasta las rodillas
cada vez que me miraba fijamente sobrepasada por esa especie de inseguridad que
invade al que está delante de todo eso que soñaba, me sentí igual que esos ojos
que, ahora, con la calma de después del huracán del olvido, me miraban. Vacía.
Y después de la certeza de lo ya pasó, un día te levantas y
ves que ese salvavidas estaba ahí, pero encontrabas un tipo de justicia poética
en el naufragio, el precio que debías pagar por amar sin ser correspondida. Y a partir de ahí, tus abrazos comienzan a ser menos punzantes porque cuanto más tiempo
pasa, eres más tú y menos pedazos.
Ojala y te den todo eso que tú querías y no pude darte aunque
yo te lo haya dado todo.
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